¿Es seguro beber agua del río en la montaña?

Trucos para sobrevivir al agua no tratada


Introducción

Beber agua directamente de un río o arroyo de montaña puede parecer una de las experiencias más naturales y gratificantes del trekking. En muchas travesías, especialmente aquellas de varios días por zonas de alta montaña como los Pirineos, el acceso a fuentes de agua potable puede ser escaso y depender de la disponibilidad de cursos naturales. Sin embargo, es importante tener en cuenta que el agua que encontramos en la montaña no está tratada sanitariamente. Esto implica que, aunque muchas veces pueda parecer cristalina y limpia, siempre existe un riesgo al consumirla directamente. Aun así, bien seleccionada y gestionada con criterio, puede ser una fuente de hidratación valiosa, refrescante y segura.

Medidas preventivas: cuándo sí y cuándo no

En rutas como la travesía de Carros de Foc o el circuito de la Porta del Cel, nos encontraremos constantemente con arroyos, ibones y surgencias. No obstante, no todas ellas son aptas para el consumo. Si no se conoce el origen del agua o se ha observado ganado pastando en la zona, es mejor evitarla. También conviene desconfiar de aquellas aguas estancadas, de lagos, con poca corriente o que atraviesan zonas bajas, prados o caminos frecuentados. Estos entornos aumentan la probabilidad de contaminación por residuos orgánicos o presencia de patógenos como Giardia o Cryptosporidium, responsables de trastornos gastrointestinales.

En cambio, una surgencia que brota directamente de una pared rocosa, a gran altitud y alejada de actividad humana o animal, suele ser una buena candidata. En estos lugares es común encontrar estos puntos donde el agua fluye limpia, fría y continua. Estas fuentes, especialmente si provienen de deshielo reciente o manantiales confinados, presentan menos riesgos microbiológicos, aunque no por ello son completamente seguras.

¿Potabilizar o añadir sales?

Una cuestión clave es entender que potabilizar no significa enriquecer. Potabilizar el agua consiste en eliminar o neutralizar patógenos (virus, bacterias y protozoos) y partículas que puedan afectar a nuestra salud. Esto puede lograrse mediante filtros de membrana, pastillas de cloro, luz ultravioleta o métodos tradicionales como hervir. En travesías largas por zonas solitarias llevar un pequeño filtro personal o pastillas potabilizadoras puede marcar la diferencia entre un buen viaje o una gastroenteritis.

Por otro lado, añadir sales o electrolitos tiene un objetivo totalmente distinto: compensar la pérdida de minerales esenciales provocada por el esfuerzo físico. Cuando sudamos durante horas, como puede ocurrir subiendo al Pico de Aneto o caminando bajo el sol en la Sierra de Guara, perdemos sodio, potasio, calcio y magnesio. La reposición de estos minerales es crucial para evitar calambres, fatiga prematura y desequilibrios metabólicos.

El agua de deshielo, al haber estado en contacto mínimo con el terreno, tiene una mineralización extremadamente baja. De hecho, se comporta casi como agua destilada, lo que significa que no solo no aporta minerales, sino que puede acelerar su eliminación del organismo si no va acompañada de sales. Por eso, beber grandes cantidades de esta agua sin compensar puede derivar en una hiponatremia leve, especialmente en actividades prolongadas.

¿Cómo potabilizar y cómo añadir sales?

En función del tipo de actividad y del equipo disponible, existen varios métodos para tratar el agua. Los filtros mecánicos permiten eliminar bacterias y protozoos, siendo muy útiles en arroyos de baja altitud. Las pastillas potabilizadoras a base de cloro o yodo son fáciles de transportar y usar, aunque pueden alterar el sabor del agua y requieren un tiempo de espera para ser efectivas. Hervir el agua sigue siendo una opción segura, especialmente si acampamos con hornillo, aunque requiere combustible y tiempo. En situaciones de emergencia, una gota de lejía alimentaria por litro también puede neutralizar microorganismos, aunque es un método que debe usarse solo como último recurso.

A la hora de reponer electrolitos, hay muchas estrategias posibles. Las tabletas efervescentes específicas para deportistas son una opción rápida y práctica, ya que suelen incorporar proporciones equilibradas de sodio, potasio y magnesio. Otra alternativa habitual entre los montañeros es llevar sobres de bebida isotónica en polvo, como los que usamos en ciclismo o trail running, que se mezclan fácilmente con agua de cualquier origen. También es posible preparar una solución casera con una pizca de sal, azúcar y zumo de limón, especialmente en travesías donde no queremos cargar peso extra.

Cabe recordar que, aunque usamos los términos "sales" y "electrolitos" de forma intercambiable, no son exactamente lo mismo. Los electrolitos son minerales que llevan carga eléctrica y permiten funciones vitales como la contracción muscular o la regulación de líquidos. Las sales (como el cloruro sódico) son una de sus formas más comunes, pero no la única.

¿Y entonces por qué se vende agua de mineralización débil?

La paradoja está en que en contextos urbanos se promueve el consumo de aguas con baja mineralización, mientras que en entornos de alta actividad física esto podría no ser lo más adecuado. En el día a día, cuando estamos en reposo, el cuerpo no necesita reponer electrolitos constantemente. Por eso, estas aguas ligeras se recomiendan para personas con problemas renales, dietas específicas o para la preparación de medicamentos. En cambio, en una jornada de travesía por Aigüestortes, donde sudamos durante horas y cargamos una mochila exigente, el cuerpo pierde sales que deben reponerse.

El agua de montaña, pese a su pureza aparente, puede ser insuficiente desde el punto de vista fisiológico. Al no contener casi minerales, su consumo prolongado sin compensación podría derivar en sensaciones de agotamiento, dolor de cabeza o calambres, especialmente en personas poco aclimatadas al esfuerzo o que no estén bien hidratadas desde el inicio.

Conclusiones

Beber agua directamente de la montaña es una decisión que siempre implica cierto nivel de riesgo, pero también una necesidad en muchas situaciones. La clave está en observar, informarse y actuar con criterio. Saber identificar una fuente segura, potabilizar cuando sea necesario y complementar con sales minerales o electrolitos puede marcar la diferencia entre una ruta agradable y un problema de salud. En definitiva, no se trata de evitar el agua de los ríos, sino de entenderla, respetarla y saber cómo gestionarla. Y cuando todo encaja, pocas cosas hay tan gratificantes como beber directamente de una surgencia fresca tras una buena subida.

Fecha de publicación: 06/06/2025